“Helena soñó que estaba en su infancia, y no veía nada. Manoteando en la oscuridad, ella pedía ayuda, pedía luz a gritos, pero nadie encendía las lámparas. En aquella negrura no podía ubicar sus cosas, que estaban desparramadas por toda la casa y por toda la ciudad, y ella buscaba lo suyo a tientas en la cerrazón y también buscaba algodón o trapos o lo que fuera, porque estaba perdiendo sangre a chorros entre las piernas, mucha sangre, cada vez más sangre, y aunque ella no veía nada, sentía aquel río rojo y espeso que se desprendía de su cuerpo y se perdía en las tinieblas.”
La pérdida
Eduardo Galeano. El libro de los abrazos. 1989