“La abuela de Bertha Jensen murió maldiciendo.Ella había vivido toda su vida en puntas de pie, como pidiendo perdón por molestar, consagrada al servicio de su marido y de su prole de cinco hijos, esposa ejemplar, madre abnegada, silencioso ejemplo de virtud: jamás una queja había salido de sus labios, ni mucho menos una palabrota.Cuando la enfermedad la derribó, llamó al marido, lo sentó ante la cama y empezó. Nadie sospechaba que ella conocía aquel vocabulario de marinero borracho. La agonía fue larga. Durante más de un mes, la abuela vomitó desde la cama un incesante chorro de insultos y blasfemias de los bajos fondos. Hasta la voz le había cambiado. Ella, que nunca había fumado ni bebido nada que no fuera agua o leche, puteaba con voz ronquita. Y así, puteando, murió; y hubo un alivio general en la familia y el vecindario.Murió donde había nacido, en el pueblo de Dragor, frente a la mar, en Dinamarca. Se llamba Inge. Tenía una linda cara de gitana. Le gustaba vestir de rojo y navegar al sol.”
La abuela
Eduardo Galeano. El libro de los abrazos, 1989